Un momento mágico de alegría popular en un país que vive al borde del caos
Luego de décadas de frustraciones, la selección nacional de fútbol logró coronarse campeón mundial en Catar, un hecho que, como no podía ser de otra manera, llenó de felicidad a todos los argentinos, especialmente a los casi 30 millones que, por cuestiones de edad, jamás habían gozado de un espectáculo de esta magnitud.
Tal fue el impacto que esta consagración provocó en el país, que varios millones de personas de todas las edades, sexos y posturas políticas salieron a la calle simplemente a festejar, a festejar su alegría en paz, la mayoría en familia y con amigos. Fue una fiesta imposible de describir, porque solo los que estuvieron en ella conocen lo que se sintió en esa marea humana.
Esos millones de argentinos y argentinas, con sus hijos, familiares y amigos, además de mostrar su felicidad, se olvidaron de las divisiones perniciosas que impide que el país, como sociedad establecida, progrese. Casi con seguridad, este ha sido un momento único y tal vez irrepetible de nuestras vidas.
La felicidad vivida en esas horas resultará inolvidable para adultos, jóvenes y niños.
El ojo del huracán
La enorme manifestación, que quedará en los anales de la historia, podría compararse con el ojo de un huracán categoría 5, en el que por unos minutos se ve el cielo azul, no llueve, no hay viento y el silencio es estremecedor.
“A dos semanas de sucedido, el momento mágico desapareció y el país volvió a ser el mismo de siempre, una república frágil en la que impera el descontrol, la falta de previsibilidad, la improvisación y el caos”
De hecho, a dos semanas de sucedido, el momento mágico desapareció y el país volvió a ser el mismo de siempre, una república frágil en la que impera el descontrol, la falta de previsibilidad, la improvisación y el caos.
Desaparecida esa felicidad y alegría comunitaria, los problemas cotidianos volvieron a ocupar la atención de todos. Los pobres volvieron a su pobreza mientras que los ricos a disfrutar de sus fortunas.
Lamentablemente, luego de la fiesta, hay algo que permanece inmutable como un faro de granito en la tormenta: la desigualdad distributiva de los ingresos, que continúa a paso firme generando diariamente más pobres e indigentes. Mientras tanto, los muy ricos son pocos y hora tras hora acrecientan sus fortunas.
Ahora quedan pocos recuerdos felices de la gran fiesta multitudinaria. La dura realidad volvió a golpear las vidas de casi el 90% de los argentinos y argentinas.
Los héroes de esta hazaña (menos el arquero Armani, de River Plate) volvieron a jugar en sus clubes del primer mundo, donde pueden vivir una vida plena, donde pueden cumplir sus sueños y gozar de magníficos ingresos y seguridad personal y familiar.
No obstante las penurias de la realidad cotidiana, nadie ni nada nos quitará ese momento sublime de disfrute, alegría, pasión y solidaridad en el que todos los argentinos se encolumnaron detrás de la camiseta albiceleste.
Ese momento único, será recordado siempre.
“No obstante las penurias de la realidad cotidiana, nadie ni nada nos quitará ese momento sublime de disfrute, alegría, pasión y solidaridad”
A través de los tiempos, se contarán miles de historias sobre ese fenómeno que causó sorpresa mundial, dado que fue un hecho social que solo se pudo realizar en la Argentina.
Tierra de héroes y campeones mundiales.¤
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