Aprovechando los 50 años de su irrupción en las pantallas argentinas, en el Perdidos de este mes vamos a recordar a una de las telenovelas más populares de la TV local.
Comenzaba la década del 70, la TV era aún en blanco y negro, y parecía pesar dos toneladas y media. Por supuesto, por entonces no existía ninguna posibilidad de grabarla para verla más tarde, por lo que mucha gente debía apurarse a no perder el colectivo y asegurarse de no hacer ninguna cita para no perderse el gran acontecimiento semanal, del cual se comentaba en todos lados al día siguiente.
Creada por Alberto Migré y protagonizada por Claudio García Satur y Soledad Sylveira, Rolando Rivas, taxista literalmente paralizaba la mitad del país cada martes a las 10 de la noche. En efecto, la novela llegó a medir ¡40 puntos de rating!
La historia giraba alrededor de Rolando Rivas, un taxista humilde y de buen corazón, que se enamora de Mónica Helguera Paz, una joven pasajera perteneciente a la clase alta porteña. La diferencia de clases entre uno y otro de los protagonistas es hoy una idea por demás trillada, pero en aquel entonces, esta historia cautivó a los televidentes argentinos.
El tacho de Rolando comenzó a rodar el 7 de marzo de 1972; para la segunda temporada Nora Cárpena reemplazó a Soledad Silveyra, hasta el último capítulo emitido el 27 de diciembre de 1973. El éxito fue tal que en 1974 se estrenó en los cines la versión cinematográfica de la novela, en esta ocasión también protagonizada por García Satur y Solita Silveyra, aunque la película fue dirigida por Julio Saraceni.¤
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Como su nombre, lo indica la tortuga cuello de serpiente sudamericana es originaria del sur del continente americano.
Durante la década del 70, en las góndolas de los almacenes argentinos competían varias marcas de leche en polvo chocolatada; cada una contaba con el leal respaldo de los paladares de los más chicos… y no tan chicos.
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Entre las prendas de vestir, el poncho era una de las más importantes por los diversos servicios que prestaba, puesto que defendía del frío y de la lluvia, se usaba de cobija cuando cuadraba la oportunidad de hacer la cama con el apero -muchos gauchos no conocieron otra cama ni otra cobija en toda su vida- pero donde se apreciaban de verdad las ventajas del poncho era en los casos, demasiado frecuentes, de pelea.
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