Editorial • Octubre 2015

Este próximo 25 de octubre se realizarán las elecciones generales para elegir al nuevo presidente argentino. En caso de que ninguno de los candidatos alcance la mayoría necesaria, se realizará un ballotage un mes más tarde. Nos parece entonces un buen momento para hacer un breve balance de gestión de un ciclo que termina: el de Néstor y Cristina Kirchner.

A lo largo de estos doce años de gobierno kirchnerista, primero con Néstor Kirchner y luego con su esposa, Cristina Fernández, desde esta publicación hemos elogiado varios logros, y criticado lo que nos parecía negativo. Hemos incluso entrevistado personalmente y en exclusiva a la actual mandataria cuando por entonces era senadora y primera dama de la nación. Trataremos, por lo tanto, de ser lo más objetivos posible.
Hay que arrancar diciendo que la personalidad de la presidenta despierta pasiones opuestas: muchos la adoran, otros la detestan. A nivel personal, a nosotros nos encuentra en el medio: reconocemos su determinación y su capacidad de estadista; por otra parte, nos resulta insoportable su soberbia, su ego y su agresividad a veces patoteril. Pero más allá de los rasgos personales, están los hechos, mismos que, por supuesto, cada uno interpreta desde su punto de vista. Lo que para nosotros puede ser positivo, algunos lectores lo ubicarán en el lado opuesto.
Cristina comenzó con cierta debilidad: heredó el cargo de su esposo, quien manejaba los hilos del poder con una vigilancia casi obsesiva, ya que el control de Néstor estaba detrás de cada detalle, de cada medida, de cada uno de sus funcionarios. Hasta el momento de su muerte, en octubre del 2010, Cristina debió demostrar que era ella quien gobernaba desde la luz y no su esposo desde las sombras. El fallecimiento de Néstor la dejó tambaleando, aunque con el apoyo de sus más cercanos colaboradores logró sobreponerse y demostrar que ella sola podía conducir su gobierno en la dirección que buscaba. Su reelección en el 2011 le dio el espaldarazo que necesitaba; a partir de allí, dejó de ser la esposa de Néstor para establecer los pilares de su nueva gestión, más agresiva, más cerrada en su entorno, más segura de su poder.
Entre los logros más importantes, debemos citar antes que ningún otro, el reflote de la economía, un proceso iniciado por Eduardo Duhalde y luego continuado por Néstor. Muchos dirán que las condiciones internacionales hicieron que Argentina avanzara gracias al viento de cola impulsado por condiciones internacionales favorables, pero en un país conocido por sus periódicas crisis económicas, esto no es poco. Es difícil dar números concretos en lo que se refiere a los distintos aspectos de la economía, debido a que el organismo encargado de trabajar con las cifras oficiales ha sido desmantelado y hoy su credibilidad es prácticamente nula. Para dar una muestra de ello, desde el oficialismo aseguran que el índice de pobreza es de alrededor del 5% (menor que el de varias potencias europeas), mientras que organismos independientes o desde la oposición calculan que ronda entre el 25% y el 35%.
En materia de derechos humanos, Néstor gestionó la anulación de las leyes del perdón a los genocidas militares, lo que posibilitó que varios personajes de la dictadura terminen juzgados y presos. También promovió una Corte Suprema de Justicia con miembros de reconocida trayectoria, a diferencia de la que había creado el también peronista Carlos Menem.
En el 2010, se promulgó en el país la Ley de Matrimonio Igualitario, una ley de vanguardia que posibilitó adquirir derechos a parejas del mismo sexo. También se ampliaron las medidas contra la trata de personas y se estatizaron las pensiones, lo que generaba un gran negocio para ciertos grupos privados en desmedro de los jubilados argentinos.
En materia de política exterior, Argentina continuó su reclamo pacífico por la soberanía de nuestras Islas Malvinas y rompió su alineamiento incondicional (las “relaciones carnales”) con Estados Unidos que había impulsado Menem, promoviendo el Mercosur y acercándose a Brasil y Venezuela, y más recientemente, a Rusia y China.
Por otra parte, el kirchnerismo deja una sociedad dividida producto de los furibundos ataques a la prensa no alineada a ellos y a los políticos de la oposición. En lo que al “cuarto poder” se refiere, el gobierno K ha promovido la cooptación de buena parte de la prensa gracias a que empresarios amigos se han hecho de varios medios importantes, muchas veces de manera turbia. En todos estos años han hablado de “la corporación mediática”, sobre todo en referencia a los opositores grupos Clarín y La Nación, pero la realidad muestra que más del 70% de los medios son oficialistas, incluyendo la Televisión Pública, que el gobierno utiliza sistemática e ilegalmente como órgano propagandístico.
Los tres grandes flagelos que enfrenta la Argentina de hoy, el peor legado que recibirá el nuevo gobierno, son la corrupción oficial, la inflación, la inseguridad y el narcotráfico.   
Con respecto a la inflación, el alza de los precios es constante. Sin embargo, es imposible precisar cuál es el porcentaje anual exacto, ya que las cifras que presenta el Indec son definitivamente falseadas y no representan la realidad. Lo que es indudable es que la Argentina se ha convertido en un país caro, tanto para sus habitantes como para los turistas. Los artículos electrónicos, la ropa y la nafta, entre otros, son mucho más caros que en varios países desarrollados, incluyendo Estados Unidos. El nuevo gobierno deberá enfrentar el desafío de blanquear la inflación y generar políticas económicas para disminuirla a niveles razonables.
La inseguridad, por su parte, se ubica siempre a la cabeza de los reclamos populares. Los robos a mano armada, en muchos casos seguidos de asesinato, se han hecho costumbre en muchas zonas del país, incluyendo los barrios de Buenos Aires que hasta hace poco eran considerados como los más seguros. Varias zonas de la capital y del conurbano bonaerense están tomadas por delincuentes, muchas veces ligados al narcotráfico y protegidos por la policía y los punteros políticos. Segmentos enteros de jóvenes pobres destruyen sus vidas con el paco y la cocaína, y deben robar y matar para saciar su adicción. En la mayoría de los casos, cuando no terminan muertos en un enfrentamiento los acaba antes la droga. La violencia social y el narcotráfico seguirán azotando a la sociedad argentina, a menos que haya una decisión política firme de atacar las raíces de un problema en el que se mezclan funcionarios corruptos, narcos locales y extranjeros, las fuerzas de seguridad, los barras bravas del fútbol y los sectores más marginados de la sociedad.
Luego de los escandalosos casos de fraude y clientelismo político en las recientes elecciones en algunas de las provincias del norte, más notablemente en Chaco y Tucumán, resta esperar que a nivel nacional la voluntad popular sea respetada, al menos en lo que al voto se refiere.¤