Editorial • Septiembre 2012

La naturaleza nos regala de vez en cuando atardeceres majestuosos, con soles destellantes poniéndose por detrás de alguna montaña o descendiendo casi imperceptiblemente hacia un horizonte llano y bucólico, pintando el cielo de colores imposibles. A veces, lo que nos arranca un suspiro o incluso alguna lágrima que viene directo del corazón es nomás una grácil serpiente reptando sin esfuerzo por las arenas calcinantes de un desierto sobre las que va dejando sus sinuosas huellas, casi musicales. O la exuberancia de las junglas, con la miríada de tonalidades de verde y los sonidos murmurantes de los insectos y pájaros como eterna canción de fondo. O los mares furiosos tiñéndose de grises y confundiéndose con los nubarrones, o las profundidades del océano en donde lo sorprendente es no verse sorprendido alguna vez por una cosa o por otra. Y ni qué hablar de un cielo estrellado, surcado por lejanos cometas y casi partido al medio por un brazo lumínico de la espiral galáctica.
Imágenes que nos dejan sin aliento y nos encienden el alma e inspiran nuestra imaginación. Sin embargo, pocos ojos humanos llegaron o llegarán a ver lo que vio aquel ingeniero estadounidense cuando un 20 de julio de 1969 sus pesados zapatos pisaron por primera vez la tierra más extraña a la que hasta hoy un hombre ha llegado.
Seguramente habrá ensayado infinidad de veces sus primeras palabras al descender de la nave Apollo 11 a la superficie lunar; así y todo, su frase sonó entrecortada, y no solo por la interferencia de la transmisión: “Un pequeño paso para un hombre, un salto gigantesco para la humanidad”, dijo. Y sus palabras quedaron grabadas para siempre como parte de uno de los hitos más grandes del siglo 20.
“Fue un momento especial y memorable”, dijo hace poco, “pero solo duró un instante, porque teníamos trabajo para hacer”. Y luego de aquel gran salto para la humanidad, Neil Armstrong, junto a su compañero Buzz Aldrin, pasó casi tres horas recorriendo la superficie lunar, tomando fotografías de sus prístinos paisajes, recogiendo material geológico y conduciendo algunos experimentos.
En su libro "Men from Earth", Aldrin describió a Armstrong como “uno de los hombres más tranquilos y reservados que jamás haya conocido”. Pero además de estos atributos, Armstrong siempre se preocupó por no hacer de su hazaña un circo político, sino que bregó para que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética se embarcaran en una competencia pacífica a través del camino “de la ciencia, el aprendizaje y la exploración”.
El pasado 25 de agosto falleció Neil Armstrong, personificación del astronauta, primer hombre en la luna. Más allá de las fuerzas gravitacionales, la radiación solar, los cohetes, los cálculos matemáticos y los trajes espaciales, un ejemplo de la capacidad del hombre para llegar más allá... y volver. ¤

“La vista era simplemente magnífica, más allá de cualquier otra experiencia visual a la que jamás estuve expuesto”

Neil Armstrong

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