Como la soda en sifón o el mate, “El insecticida que siempre mata” era un líquido infaltable en los hogares argentinos de los años 50, 60 y 70.
Uno nunca sabía si lo que estaba sucediendo en cámara formaba parte del libreto o era pura improvisación.
Llegaba la navidad, un cumpleaños, o una visita familiar de esas que se hacen una vez al año, y la incertidumbre era siempre la misma: